- No respetar el plan de revisiones, en especial los cambios de aceite, que es un elemento vital para el correcto funcionamiento del motor.
- No llevar correctas las presiones de los neumáticos.
- No refrigerar el turbo (esto suele ser momento de chufla de los compañeros de viaje, ya que supone esperar con el motor al ralentí uno o dos minutos antes de quitar el contacto –¡espero que lo estéis leyendo!).
Es especialmente importante en situaciones como parar en una gasolinera después de circular a velocidad de crucero por una autopista –en esa situación el turbo habrá estado girando un buen rato a miles de revoluciones por minuto y estar a cientos de grados.
- Conducir rápido o brusco con el motor aún frío.
- Realizar trayectos demasiado cortos, en los que el motor no alcanza la temperatura de servicio.
- Revolucionar mucho el motor. Mejor que la aguja del cuentavueltas nunca llegue (salvo necesidad) siquiera cerca de la zona roja.
- Poner la mano sobre la palanca de cambios, ya que se transmite presión y vibraciones (amplificadas por el efecto palanca) directamente a la caja de cambios.
- Dejar el pie en el embrague o mantenerlo pisado de forma continua (por ejemplo en un semáforo), acorta la vida útil del cable y del plato.
- No llevar la marcha adecuada. Si es demasiado corta el motor irá revolucionado (mal); si es demasiado larga ejercerá presión sobre el motor a lo largo del cigüeñal (peor).
- No lavar el coche, la suciedad acumulada daña la pintura y acelera la corrosión.
Fuente: Microsiervos, Torquecars
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